jueves 22 abril 2021, 12:30

Paolo Rossi: "Dios bendiga a quién haya inventado el fútbol"

  • Paolo Rossi comenta si la crítica le llegó durante España 1982

  • ​Atribuye su primer partido contra Brasil como una transformación de su vida

  • Comparte su inusual opinión de que los delanteros deben ser desinteresados

Paolo Rossi no había marcado para Italia en casi 15 horas de acción y más de tres años. Sin embargo, en su quinta participación en la 12ª edición de la Copa Mundial de la FIFA™, el seleccionador Enzo Bearzot hizo caso omiso de la algarabía de los medios de comunicación por su caída y de "Pablito", como se convirtió ese día en Barcelona. Rossi terminó España 1982 con la Bota de Oro adidas y el Balón de Oro adidas. La Nazionale terminó como campeona.

Rossi habla con franqueza con FIFA.com sobre sus limitaciones como futbolista y la mencionada sequía goleadora, y habla de la fe de Bearzot en él, de la excepcional camaradería en la selección italiana y de cómo se hizo con el trofeo.

Empecemos por la Copa Mundial de la FIFA. ¿Qué evoca para usted en general?

La Copa Mundial significa para mí una meta grandísima, acaso la más grande para un jugador profesional. Sobre todo en lo personal, la Copa Mundial es la que me trajo fama, popularidad y éxito, desde 1978, en mi primer campeonato del mundo en Argentina, donde ya tuve un gran éxito. Yo tenía entonces 22 años. Aunque Italia no venciera en aquel Mundial, yo recibí honores importantes y muchos elogios. Para mí aquello fue el salto a la fama. La siguiente vez, es decir, cuatro años después, tuvimos la suerte de ganar el Mundial. Para cualquier jugador, ganar el Mundial es la meta máxima, el objetivo supremo.

Entre esas dos Copas Mundiales usted conoció momentos difíciles. ¿Fue determinante en 1982 la fe que Enzo Bearzot puso en usted?

La fe que Bearzot tuvo en mí fue fundamental. Probablemente, sin un entrenador como Bearzot hoy no estaríamos aquí hablando y diciendo que ganamos un campeonato del mundo, y que fui máximo goleador, porque sólo Bearzot podía apoyar y creer en mis cualidades. Evidentemente, él pensó que, tarde o temprano, yo acabaría rindiendo. Cuando volví a jugar después de dos años de inactividad, sentí un enorme cansancio. Y debo decir que la confianza de Bearzot... porque era él quien decidía el equipo, pero también el ambiente en general y la unidad de todos los muchachos... Creo que todo eso fue muy importante.

¿Incluso después de los cuatro primeros partidos? Porque usted no marcó ningún gol en ese entonces...

Absolutamente. Incluso cuando no marcaba, sentía esa fe en torno a mí. Y para un deportista esa fe es fundamental. Porque si estás en un ambiente en el que te das cuenta de que los compañeros y el cuerpo técnico no tienen mucha confianza en tu capacidad, creo que es difícil rendir al máximo. En cambio, creo que la actitud que ellos mostraron en mis partidos fue fundamental.

¿La prensa no le molestaba?

La prensa, bueno, no... Siempre tuve una buena relación con los periódicos. Pero confieso que nunca los he tenido mucho en cuenta. Siempre pensaba en hacer mi trabajo. Me gustaba hacer mi trabajo. Luego, es normal que si uno juega mal la prensa lo critique. Forma parte del mundo del deporte. Nunca me paré a leer o a enfadarme por alguna crítica de más. Muchas acaso eran justas. Pero otras muchas veces exageraban. No obstante, a veces las críticas fuertes y duras pueden servir de estímulo para que el jugador reaccione. Porque las críticas blandas te dejan vivir bastante tranquilo. En cambio, las críticas duras algunas veces pueden ser buenas.

¿Y qué pasó con Brasil? Va usted y marca tres goles. ¿Alucinó? ¿Recuerda esos tres goles?

Hay ciertos momentos en la carrera de un jugador que se recuerdan siempre. Otros no. Ciertos fragmentos se te olvidan. Pero éstos no. Para mí, el primer gol fue el más importante. Porque fue el que verdaderamente me devolvió la confianza en todos los sentidos. Y a partir de aquel momento estuve como si alguien me hubiera tocado... probablemente alguien de allí arriba. Porque cambió toda mi manera de pensar. Nada me estaba saliendo bien y, de repente, todo me empezó a salir bien, todo resultaba fácil. Ésa es la belleza del deporte. Que de un momento a otro, las cosas pueden cambiar. Un gol puede cambiarlo todo, y a mí me cambió la vida.

¿Pero cómo lo describiría? ¿Fue una cuestión de confianza?

Sí, fue una cuestión de confianza, porque yo sentía mucho estrés, y en los partidos me angustiaba esperando. Se esperaba muchísimo de nosotros. Y yo me daba cuenta de eso. Y en el momento en el que uno no logra dar lo que puede, y yo no lo lograba, hay un freno, hay algo que te frena. El gol para un delantero es maná del cielo, la panacea universal, algo que te ayuda a desbloquearte.

Y después de esa victoria, ¿sus compañeros lo miraban con otros ojos?

No. Más bien al contrario. Me dijeron: "Por fin, ¡ya era hora! ¡Menos mal!". Aquel Mundial fue el último con ese grupo de jugadores. Era un grupo de gente sensacional. Tuve la suerte de jugar con futbolistas de una gran personalidad, con hombres de verdad. Éramos grandes amigos, muy unidos. Y esa unidad también fue mérito del entrenador, del ambiente, de todos y cada uno de ellos, y también de sus facultades. Jugué con tipos que habían saboreado muchos triunfos. Había algunos que habían ganado cinco, seis títulos de liga, campeonatos internacionales... Eso, desde luego... Más allá de todo, lo importante es el valor de los jugadores. Yo tuve la fortuna de formar parte de todo aquello.

Si sólo pudiese guardar una imagen de la Copa Mundial, ¿cuál sería? ¿La de su gol o la del pitido final del árbitro?

No. Si tengo una imagen impresa en mi mente es la de cuando el árbitro silbó el pitido final y el estadio se llenó de banderas de Italia. Y ésa es una imagen que conservaré para siempre. No es tanto los goles, las jugadas bonitas, que las hay... Pero cuando levanté la cabeza y vi el estadio completamente cubierto de banderas... No soy nacionalista, pero nunca como en ese momento sentí que pertenecía a algo. A un grupo, a una nación... En esos momentos, te sales del cuerpo. Ver el estadio cubierto así de banderas fue un momento extraordinario, una imagen que tendré siempre en mi mente.

¿Había previsto Bearzot ese desenlace en la final?

No, no creo. El entrenador hace previsiones, pero en el último momento siempre hay alguno que le desbarata los planes. La victoria contra Brasil fue fundamental, en mi opinión, porque creó en torno a nosotros un halo de equipo formidable, irresistible. Casi parece que los partidos siguientes fueran meras formalidades. Aunque en realidad no haya sido así. En comparación con el partido contra Brasil, Polonia pareció un encuentro fácil, y también Alemania. En aquel momento, ninguna selección a la que nos hubiéramos enfrentado, nos habría vencido.

Y el instante en el que recibió la Copa, ¿fue un momento fuerte de su vida?

Pues sí, es una alegría indescriptible. Para alguien que ha jugado al fútbol desde pequeño, es cumplir un sueño. Se puede imaginar lo que sentí cuando alcé la Copa del Mundo... Debo decir que en esos momentos no te das verdadera cuenta. No se ve el alcance exacto de lo que se ha hecho. Porque se está tan concentrado en los partidos, en las competiciones... Luego, sí. Con los años se adquiere cierto tipo de conciencia. Pero en el momento, no. Es decir, se sabe que se ha logrado un gran resultado, pero no se percibe realmente hasta qué punto. Sobre todo, una cosa que es importante es haber hecho feliz a tanta gente. Porque los resultados, por sí mismos, no son nada. Y el logro de un resultado sólo personal es muy limitativo. En cambio, cuando sabes que has hecho felices a miles de personas, es una alegría interior mucho más grande.

Eso es sorprendente. Podría pensarse que los goleadores son seres solitarios que van a su aire, pensando sólo en sí mismos...

El fútbol no es así. El fútbol no se juega en solitario. Es un deporte colectivo. El goleador necesita a todos los demás. Yo, en particular, necesitaba al equipo. Yo era un jugador que finalizaba la jugada de los demás. Era el que remataba la acción en los seis, los cinco o los dos metros finales... Pero necesitaba a alguien que me la pusiera. Si no, yo no podía hacer eso por mi cuenta. Mis características no son ésas. Siempre he entendido el fútbol como un deporte de equipo, nunca desde un punto de vista individual. Jamás di más importancia a marcar un gol que a ganar con mi equipo.

Pero a veces hay que decidir si se pasa el balón al compañero...

Si el compañero está mejor situado que yo, le paso el balón. Nunca fui un delantero egoísta. Jamás lo fui.

Pero es una decisión que se tiene que tomar en una fracción de segundo...

Sí, en una fracción de segundo. Pero así es como yo entiendo el fútbol. Si yo estoy mejor colocado, trato de rematar y lo hago. Si veo que tú estás mejor situado que yo, te paso el balón. Pero en la cabeza eso sucede de una manera inmediata. Jamás he sido egoísta.

Ustedes regresaron a Italia con el presidente al día siguiente...

Fue magnífico. No tengo recuerdos de cuándo llegamos, sino del recibimiento de la gente, que fue increíble. Desde el aeropuerto Ciampino hasta el Palacio Quirinale, donde fuimos a comer con él, recuerdo que había una muchedumbre incesante aplaudiendo por las calles. Era como si estuvieran celebrando el final de la guerra. Es bonito recordarlo porque son momentos históricos en los que cada cual recuerda que estaba allí y lo que hacía. En la vida no hay muchos momentos como ésos. Quiero decir que aquel recibimiento representó un poco para todos un momento de alegría, de felicidad.

¿Cómo explica usted la fascinación de la gente por este deporte?

¿Por el fútbol? No hay muchas explicaciones. A veces me encuentro con gente que practica otros deportes y que dicen: "Ah, el fútbol es el amo, lo acapara todo". Pero no soy yo quien lo hace más importante, es la gente. El interés que suscita el fútbol no lo suscita ningún otro deporte. Pero no soy yo en concreto, ni ningún otro. El fútbol gusta porque es así. Es el deporte que más gusta. Bendito sea quien inventó el fútbol. Lo inventaron los ingleses: inventaron un deporte extraordinario, fantástico. Quiero decir, el último equipo de la tabla puede batir al primero. Se pueden marcar cuatro goles en cuatro minutos y dar la vuelta al partido. ¿En qué otro deporte se puede vivir este tipo de emociones? En muy pocos. En poquísimos. Me gustan otros deportes, pero lo que representa el fútbol es extraordinario.